SOMOS TIEMPO

Somos tiempo. Nuestra vida, nuestra existencia es tiempo. De ahí nuestra ambición, nuestro deseo, el ansia, la necesidad, la aspiración al infinito, a prolongarnos en el tiempo para no dejar de ser.

Y, sin embargo, no soportamos que las cosas duren mucho, que se mantengan o dilaten en el tiempo. Ni siquiera lo que consideramos bueno, beneficioso o positivo. Desde una prenda de vestir, un buen estado de salud o un amor. Es como si sólo valoráramos las cosas en el momento de descubrirlas, cuando nos sorprenden en su existencia, pero estuviéramos incapacitados para disfrutar de ellas todo lo que es posible, de forma continuada, y con conciencia plena. Después de un breve tiempo, se pasa a convivir con ellas como si siempre hubieran estado ahí, como el vecino al que saludamos todos los días pero cuyas facciones, en realidad, desconocemos. Nuestros descubrimientos pasan a formar parte de la costumbre, que ya sabemos nos asegura, nos amarra a la vida, pero también, paradójicamente, la desvitaliza, la vuelve opaca, gris, lineal.

Si , por otra parte, pensamos en los hechos, en las circunstancias que nos causan dolor, sufrimiento, es cuando se hace más evidente nuestra incapacidad para soportar el dolor durante un largo tiempo. Cuando es inevitable enfrentarse a esta situación, nuestra tendencia a incorporarla a la rutina diaria, a los hábitos adquiridos, anestesia la impotencia, el desasosiego y la sensación de estar siempre en el extremo de una cuerda a punto de romperse.

Pero cuando la destrucción, la muerte, la violencia, se producen, se presentan, de un modo inesperado siempre, en nuestras vidas, en ese justo momento pensamos que se acabe, que se acabe ya, que termine. Nuestra capacidad de dolor tiene un límite, más allá del cual se encuentran la inconsciencia y la muerte. Probablemente el sadismo de los asesinos o de los torturadores se basa en el conocimiento de este hecho.

Sí. Tenemos un límite para el dolor y un límite, también, para la felicidad y la alegría. Estamos hechos para gozar o dolernos en breves espacios de tiempo entre grandes paréntesis de apatía. La nuestra no es una conciencia para la eternidad. Aspiramos a ser dioses pensando que para ellos el dolor no existe y su disfrute es eterno. Y, sin embargo, olvidamos que lo que caracteriza precisamente a los dioses es su imperturbabilidad.

 

 

 

Carmen Alfonso Segura

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