A Peshawar y a Malala, desde Sevilla

 
Juan Luis Pavón
Una adolescente paquistaní iluminó hace nueve días a todo el planeta, con un memorable discurso sobre la encarnación de las convicciones éticas en el ser humano para dar la cara y derrotar, con educación y en paz, a la violencia más abyecta que emane del prójimo. Ciento treinta adolescentes paquistaníes asesinados son, desde hace tres días, la luz más oscura de todo el planeta. Todos ellos brillan en la luz que responde al nombre de Malala Yousafzai, Premio Nobel de la Paz a sus 17 años, ejemplo de los valores más dignos de nuestra especie.
Nos incumbe, y mucho, la masacre de Peshawar. Desde cualquier hogar en el orbe se puede propiciar un efecto mariposa de paz y concordia o, por contra, se puede aventar la semilla del fanatismo. Desde ciudades europeas y americanas ahora con el ambiente de iluminaciones, menús y regalos, hay jóvenes que se marchan a desiertos y aprenden a matar indiscriminadamente, primero en estados fallidos y calamitosos, después en las metrópolis rutilantes del modelo de sociedad donde han crecido. El yihadismo se lleva la palma del terrorismo contemporáneo. Pero también debemos prevenir el nazismo, el totalitarismo, la xenofobia y otras monstruosidades que no se parieron con chilaba sino con sombrero de copa.
La luz de Malala no se apagará. Podrán asesinarla. Podrán matar a más escolares de su país. Pero no hay balas y dinamita suficientes para derrotar la movilización pacífica que ha puesto en marcha, con millones de chicas mentalizadas para defender su dignidad y liberarse de sanguinolentos dogmas. Malala somos todos, o no somos nada.
Epígrafe del artículo de opinión: Pasa la vida
Título del artículo de opinión: A Peshawar y a Malala, desde Sevilla
Firma: Juan Luis Pavón
Texto del artículo de opinión:
Una adolescente paquistaní iluminó hace nueve días a todo el planeta, con un memorable discurso sobre la encarnación de las convicciones éticas en el ser humano para dar la cara y derrotar, con educación y en paz, a la violencia más abyecta que emane del prójimo. Ciento treinta adolescentes paquistaníes son, desde hace tres días, la luz más oscura de todo el planeta. Asesinados en su escuela bajo el cobarde pretexto de que son hijos de militares y el blanco más fácil para atormentar a quienes trabajan a sueldo del Estado. En mis tránsitos por calles y plazas de Sevilla, las bombillas y colgaduras de temporada comercial navideña lo que me irradian es el brillo de Malala Yousafzai, merecidísimo Premio Nobel de la Paz a sus 17 años, ejemplo de los valores más dignos de nuestra especie. Y su resplandor incluye el aura de esas ciento treinta vidas salvajemente sacrificadas desde la más abominable irracionalidad. La de los talibanes que no soportaban ver en los telediarios a la superviviente de uno de sus tiroteos pregonando desde Oslo que la respuesta al horror no es la venganza ni la humillación, sino la educación.
Nos incumbe, y mucho, la masacre ocurrida en la ciudad paquistaní de Peshawar, aún más bestial que las sucesivas ejecuciones de niños en colegios de Nigeria, perpetradas todas desde la más aberrante ausencia de compasión en el ánimo de quienes apuntan con sus metralletas a la chavalería. Desde cualquier hogar, desde cualquier aula, desde cualquier vecindad, desde cualquier ciudad, se puede propiciar un ‘efecto mariposa’ de paz y concordia o, por contra, se puede aventar la semilla del fanatismo. Desde ciudades europeas y americanas ahora con el ambiente de iluminaciones, menús y regalos, hay jóvenes que se marchan a desiertos y aprenden a matar indiscriminadamente, primero en estados fallidos y calamitosos, después regresan como un disimulado ‘boomerang’ contra las metrópolis rutilantes del modelo de sociedad donde han crecido. El yihadismo se lleva la palma del terrorismo contemporáneo. Pero no olvidemos que debemos prevenir también el nazismo, el totalitarismo, la xenofobia y otras monstruosidades que no se parieron con chilaba sino con sombrero de copa. Amén de que hemos afrontar otras que son comunes a tirios y troyanos (la tortura, la violencia machista, los guetos…).
La luz de Malala no se apagará. Podrán asesinarla. Podrán matar a más chicos de su país. Pero no hay balas y dinamita suficientes para derrotar la movilización pacífica que ha puesto en marcha, con millones de chicas mentalizadas para defender su dignidad y liberarse de sanguinolentos dogmas. Malala somos todos, o no somos nada.
@juanluispavon1

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