¿LETIZIA QUIERE SER INFLUENCER?

¿Para qué sirve una reina? Olvidemos los antiguos tópicos que circunscribían los deberes de reina a perpetuar la estirpe. ¡Estamos en el siglo XXI! y esa impostada obligación no soportaría el análisis que señala a la consorte del rey como reproductora natural.

    Pero algún fin y alguna dedicación habría que encontrarle a esta esposa más allá de la progenie, y además que le dure toda la vida, pues su vida entera seguirá siendo eso, reina, más allá del transcurso de los años y las vicisitudes políticas de su país.

    Así, sin ánimo de encontrarle racionalidad a la Corona, que no es el motivo de este artículo, me propongo analizar el envoltorio en que se desenvuelve la reina actual, Letizia.

    La esperanza que despertó una mujer universitaria que había viajado no poco, con un conocimiento extenso del mundo y las gentes, y lo que es más sorpresivo en su caso, proveniente de una clase popular y de unos medios de comunicación que hacían presumir debía manejar con soltura, se ha visto con el transcurso de los años altamente defraudada.  No tenemos a alguien de carne y hueso que se humaniza ante la exposición pública, que disfruta de su tarea (obsérvese a Kate Middlenton o Máxima de Holanda), que tiene algunas encomiendas internacionales que sumar a la proyección del país. Tenemos una reina que, a fuer de querer ser regia, luce hierática en la mayoría de los actos y con verdadera dificultad para sonreír como si la legitimidad del trono se ganara desde la adustez y la observación constante del entorno.

    Encasillada una vez más en tareas femeninas, el seguimiento de las enfermedades raras y la cooperación internacional que la acercan al amable colchón de los servicios sociales, Letizia tiene muy poco que decir, o quiere decir muy poco, que todo puede ser, y nos resulta lejana y altamente snob.

    Sus continuos arreglos faciales tan alejados del común de los ciudadanos nos muestran a una persona cada vez más irreconocible; el lucimiento obsceno de sus brazos y abdominales, que ella entiende musculados y que luce con orgullo, podría llevar a pensar a miles de adolescentes que esa morfología rayana en la anorexia es el camino. Pero está claro que esta campaña de imagen no existiría sin su aquiescencia y colaboración, es perfectamente consciente, lectora de todo lo que se publica, y la fomenta en cada una de sus apariciones públicas.

    Hace unos días inauguró la Feria del Libro de Madrid, ombligo cultural no solo de la capital sino de muchas otras ferias que se miran en ella; pues bien, las revistas, diarios y redes sociales solo se han hecho eco del traje fucsia que llevaba a juego con las alpargatas igualmente fucsias. No hubo una sola declaración, ni institucional ni improvisada, a favor de la lectura, ensalzando a los escritores, señalando una obra que le sea especialmente afecta, lo que ayudaría a humanizarla. Solo la cantidad de libros adquiridos, sus títulos y su indumentaria.

    Lo único que la Casa Real transmite al común de los ciudadanos, entendemos que con el beneplácito de Letizia, son noticias relativas a sus dietas, sus horas de gimnasio, las marcas y modistas que forman su atelier, zapatos y bolsos; y una se pregunta, cómo una mujer que proviene de los medios de comunicación pueda ser tan ajena a las opiniones populares que la ven alejada de cualquier proyecto o dedicación que la hagan admirable.

    Es complicado sentir respeto, o siquiera curiosidad, por este tipo de mujeres —me viene a la memoria otra muy poco singular, Victoria Federica— que, valiéndose de su estatus y de grandes dosis de manipulación de marcas y modistos, no transmiten valores, sentimientos ni compasión y solo utilizan su nombre para deslizarse por una pasarela que hace parecer a las mujeres seres huecos, etéreos y eternamente jóvenes y perfectas. 

    Esa actitud no tiene nada de noble ni ejemplar; solo puede decirse, utilizando un lenguaje muy de moda, que son las influencers de las clases acomodadas. ¿Era eso lo que pretendía Letizia?