UN VIAJE A MI MUNDO: Cuarto capítulo, EL CLIENTE

Las facultades de derecho y pienso que las de medicina o económicas igual, nos enseñan unos conocimientos retóricos, nos preparan para la hermenéutica, el estudio, y nos proporcionan las herramientas para seguir abundando en el saber recibido, para investigar y encontrar, pero ni una sola de las materias está enfocada a ese elemento imprescindible en nuestros negocios que se llama cliente.

Eres joven cuando terminas tus estudios y la vida no te ha dado oportunidad de conocer e interpretar el comportamiento humano, así que con más pena que gloria te adentras en el mundo del conflicto sin más bagaje que tu propia personalidad y algo de instinto.

          Al principio todos hemos sido rehenes del cliente: por el mero hecho de cobrar unos emolumentos pensamos, o más bien sentimos que, en vez de alquilar nuestros servicios profesionales, nos ha comprado en cuerpo y alma. Simpatizamos con su causa que hacemos nuestra, le dedicamos toda nuestra atención y tiempo y, por último, hasta nos dejamos maltratar o educar o aconsejar por él, que no duda en hacer gala de toda la sabiduría técnica adquirida, por supuesto en Internet.

         Como todo en la vida tiene su ciclo, vas cobrando seguridad y a la vez te vas haciendo más libre, adquiriendo criterio propio y salvaguardando determinadas parcelas de tu vida sin permitir la invasión clientelar. Nunca me gustaron los abogados de cafetería o bares, de almuerzos y desayunos, esos que el negocio y sus conocimientos lo mezclan con la cerveza o el croissant, opino que el cliente necesita distancia y tu también. Podríamos dedicar otro artículo a un tema tan prosaico como la mesa del despacho, esa que separa y otorga a cada uno un sitio, un mueble tan necesario que si no existiera habría que inventarlo para establecer el espacio que se necesita entre las partes.

            Aún así, aunque el transcurso de los años y las horas de estudio te cargan de autoridad y sabiduría, de criterio para mantener tu postura incluso frente al cliente, de razones para llevarle la contraria a fuer de querer protegerlo, el conocimiento de la persona que contrata tus servicios no acaba nunca y nunca deja de sorprenderte.

         El proceso de secularización de la sociedad y la profunda crisis económica que hemos sufrido han hecho que el cliente vea en el abogado un asesor jurídico, un sacerdote y un psicólogo, y ello con independencia de que se trate de una persona física la que acude a tu bufete o de una corporación. Te solicita consejo sobre las cosas más peregrinas y muchas veces he tenido que decir que no estaba preparada para opinar sobre determinada materia que obviamente escapaba del ámbito jurídico y que me podía equivocar.

         Internet es otro elemento a tener en cuenta en la ecuación abogado/cliente. La red colma de respuestas fáciles, las más de las veces, a los usuarios que buscan desesperadamente un reforzamiento de sus planteamientos; los foros de simpatizantes con su causa o de contrarios a la misma abundan con razonamientos simples y las más de las veces subjetivos y apasionados, por lo  que cuando acuden a tu consulta ya llevan el diagnóstico de la situación y también la solución. Convencerlo de una suerte de lealtad y confianza hacia el abogado en detrimento de la red global no se presenta tarea fácil, creanme.

         Es curioso que la empatía deba partir siempre del profesional, pocos clientes se preocupan por tu estado de salud, te preguntan por tu familia o por cómo has pasado las vacaciones. Tu vida, como la de cualquiera, está sujeta a mil eventualidades que no puedes manifestar durante tu jornada porque tu obligación es oír y solucionar problemas ajenos en detrimento de los tuyos propios, es una suerte de militancia cuasireligiosa que angustia mucho y no pocas veces comentada en corrillos privados por los abogados.

          Como toda profesión que te brinda el contacto con el público, de vez en cuando ocurre el milagro de la amistad. Hay personas bellas por dentro que te brindan toda su colaboración, te respetan como el profesional que eres y logran que asome todo aquello  que llevas dentro descubriendo un sinfín de puntos en común y enriqueciendo tu mundo con sus experiencias y sus conocimientos. Normalmente son personas agradecidas en las que no prima tanto el pago de los emolumentos como el hecho de que le hayas ayudado en una situación difícil.

         A lo largo de mi carrera profesional esto último solo ha ocurrido en cuatro o cinco ocasiones siendo que cuando tu profesión se engarza con la amistad de alguien que ve en ti mucho más que un consejero, aparece algo muy gratificante que te permite unir dos partes de ti mismo a menudo disociadas.

         Nuestro trabajo no se podría entender sin clientes, sencillamente ni habría empresa, ni negocio, ni emolumentos y -aún conviniendo que el trato humano enriquece y enseña- todos mis compañeros convendrán conmigo en lo prolíficos y productivos que son los días en que no tienes que atender al cliente.

Fdo.: Carmen Pérez Alfonso

          Licenciada en Periodismo