Cuando fui Elvira Lindo O el placer de escribir

Quizás sea este artículo una crítica literaria u otra cosa parecida, o pudiera ser también que fuera algo más personal, el más íntimo que yo he escrito y he publicado.

         He leído este verano dos libros de Elvira Lindo de la que solo conocía sus artículos en prensa – nunca fui especialmente fan de Manolito Gafotas-,  A corazón abierto y Noches sin dormir. Los dos sobre temáticas diametralmente distintas pero de los que me ha sido imposible desprenderme hasta llegar al final y eso con cierta melancolía por no querer terminarlos; el primero, el más lejano en el tiempo aunque yo los leí al contrario,  es un diario de su último invierno en Nueva York después de una estancia de once años con su marido, Antonio Muñoz Molina; y el segundo, una operación quirúrgica, no la llamaría yo de otro modo, y de ahí el acierto del título, donde disecciona a su familia y le ofrece la imagen a sus lectores cual un desnudo en un cuadro. Sin embargo, vistos ambos libros en su conjunto, la autora escribe con vocación de continuidad porque en definitiva escribe, o así lo parece, para ella misma.

         Tanto su vida en Nueva York como la historia familiar tienen una protagonista y esa es Elvira Lindo y su mundo. Un universo lleno de soledad e individualismo a pesar de todas las oportunidades que le ha brindado la vida. No puedo menos que comprenderla, de ahí los paralelismos que apuntaba en el primer párrafo. Ella fue una adolescente cuya vivienda familiar tenía un solo ocupante: Elvira Lindo; yo fui hija única hasta los siete años y mi universo se componía de cosas que iba creando mi exclusiva imaginación. Estas cosas, como dice la Iglesia Católica, imprimen carácter. Me identifico en ese vagabundear por Nueva York, que podía ser por cualquier otra ciudad pero fue por ésa, entre exposiciones, clubs de jazz, cosmopolitans y simple caminar por Harlem, ahora convertido en un barrio de referencia. Esa ciudad que existe, no cabe duda,  pero cuya historia la inventamos nosotros, los visitantes, cada uno a nuestro aire, imaginándola, recreándola, haciéndola a nuestra medida[1]. Hay para todos, en Nueva York cualquier cosa es posible.

En realidad, Noches sin dormir es el preámbulo de esa catarsis que significa A corazón abierto.  La autora esboza las pinceladas de ella misma con el telón de fondo de la Gran Manzana: la figura de pentimento de su padre que luego desarrollará en la segunda novela, un padre algo o bastante histriónico, un progenitor que había  casi en cada casa, fruto de una posguerra que querían olvidar y que tapaban con capas de espíritu de falsa grandeza a fuer de horas de trabajo y esfuerzos ímprobos. Una primera generación, la suya, la mía, de hijos universitarios que también a base de integrarnos muy jóvenes en la rueda laboral conseguimos afianzar nuestro estatus burgués tan dificultosamente conseguido por ellos. Una Transición política que a la gente de nuestra  edad nos deslumbró muy jóvenes, por lo que imposibilitados para ser actores de primera fila nos convertimos en unos comparsas que se iban aprovechando de todo lo que iba ocurriendo sobre todo en lo que al abanico cultural se refiere, tal era el páramo de donde veníamos.

         Todo eso nos hizo un poco o bastante dispersos, perdidos en múltiples intereses. Siento, como nuestra autora, que no me he dedicado en cuerpo y alma a nada. Abogada de cierto éxito y prestigio, terminé mis estudios de periodismo en la treintena cuando ya vivía del derecho y me pudo la pereza de volver a comenzar labrándome un nuevo porvenir que estaba por escribir. Interesada como he sido por la política internacional, me quedaron vedadas las labores diplomáticas por falta de economía familiar que me costease la carrera; después, muchos años más tarde, lo intenté con el comercio internacional donde en la actualidad me muevo con más ilusión que espectaculares resultados. Por eso, cuando Elvira Lindo se pregunta a qué se dedica realmente, dada su ubicuidad periodística y literaria, la entiendo perfectamente y acepto que la vida son etapas; sin embargo, existen esos seres privilegiados que comienzan una andadura y que no solo triunfan en ella sino que con el pasar de los años se ratifican en su enamoramiento. Son personas afortunadas entre las cuales no me encuentro.

         Por último, también es de agradecer que nos haya puesto a toda una generación, la mía, la de ella, ante la realidad de una familia desestructurada como eran aquéllas de los años sesenta y setenta en los que no existía el divorcio y toda la convivencia se cubría bajo una falsa pátina de mentiras y disimulos. Nosotros, aquellos jóvenes, lo vivimos como algo único, como una desgracia que había que ocultar, cuando en la mayoría de las familias existía una historia similar de desencuentro y desamores. Nuestros padres habían hecho el esfuerzo ciclópeo de subir de categoría, se habían pluriempleado, contraído matrimonio muy jóvenes y sin perspectivas ni visión de la vida habían tenido múltiples hijos igualmente jóvenes, pero por el camino se dejaron parte de ellos mismos y nos convencieron con sus erráticos criterios de que éramos, y realmente fuimos, unos adolescentes perdidos siempre faltos de cariño.

 

Fdo.: Carmen Pérez Alfonso

        Abogada y Periodista   

[1] Si quieres recorrer el Nueva York de Noches sin dormir pincha en este enlace DIRECTORIO DE LOS LUGARES DE ELVIRA LINDO EN NUEVA YORK