Antonio, mi amigo.

Antonio, mi amigo.

  

“Ten cuidado, Odiseo. Mientras Grecia te encumbra, Penélope te olvida. Y olvido es mucho más que una palabra. El olvido destruye los jardines y los convierte en un lugar salvaje donde las fieras encuentran acomodo”

 No vuelvas, Odiseo. Pág. 22
Antonio Jiménez Casero

 

Tengo esta frase subrayada en el libro que tuve la fortuna de presentar. Maravillosa definición del olvido, ese que nos resistimos a tener cuando volvemos a sentir el tacto de estas páginas entre las manos, el olor del papel, el recuerdo de tantos días hablando de literatura.

 

El día que te marchabas te invoqué rodeado de musas que te arrastraban al cielo de los escritores, de los editores, de las historias y fábulas, de los libros en definitiva. Y qué más podía decir yo, querido maestro, reseñar que tu vida había sido plena, que habías amado a una mujer y a la escritura, no podías requerir más de tu paso por el mundo. Te encontrabas en Ítaca mientras que escribías sobre ella posiblemente después de haber desechado muchos cantos de sirenas durante toda tu vida. Tu Ítaca fueron tu amor, Carmen, y un buen puñado de historias para contar.

 

Mira, he encontrado un poema que quizás hubieras querido dejar a tu mujer

 

Amor mío, mi amor, amor hallado
de pronto en la ostra de la muerte.
Quiero comer contigo, estar, amar contigo,
quiero tocarte, verte.

Me lo digo, lo dicen en mi cuerpo
los hilos de mi sangre acostumbrada,
lo dice este dolor y mis zapatos
y mi boca y mi almohada.

Te quiero, amor, amor absurdamente,
tontamente, perdido, iluminado,
soñando rosas e inventando estrellas
y diciéndote adiós yendo a tu lado.

Te quiero desde el poste de la esquina,
desde la alfombra de ese cuarto a solas,
en las sábanas tibias de tu cuerpo
donde se duerme  un agua de amapola

Jaime Sabines

                                                                                                                                                        

Y ella, que tan bien conozco, te hubiera respondido con la letra de uno de sus poetas preferidos

 … Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Todas las tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.

Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errará nostálgico…

Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.

                      Juan Ramón Jiménez             

 Y así, se iría tejiendo una eterna conversación llena de hermosas palabras que impedirían el olvido.

  In memoriam

Carmen Pérez Alfonso
Abogada y Periodista