A PROPOSITO DE RYAN

Era una de aquellas primeras televisiones en color de principios de la década de los ochenta, me quedé embobada viendo las insólitas manifestaciones de vascos contra uno de los crímenes de ETA: el asesinato del ingeniero de la central de Lemóniz José María Ryan. Me resultó sorprendente ver tanta gente cuando normalmente los muertos eran anónimos, engrosaban la cuenta y se enterraban con frialdad y premura las más de las veces. Aquella gente en las calles del País Vasco, a primeros de febrero de 1981, preludiaba lo que treinta años después, con muchas miles de personas más y un sofisticado sistema de información y actuación policial, la banda no pudo resistir teniendo que capitular.

     No nos engañemos, el mérito en gran parte fue de los vascos, del hartazgo que producía ya en la sociedad tanto féretro y tanto tiro, el convencimiento de que los bandoleros ya no eran de los suyos y que Robin Hood era una fantasía y además de otras tierras.

   Estas reflexiones vienen a cuento de todo lo que necesita el movimiento feminista de la aportación de los hombres. Observo como por whatsapp, correo electrónico, y redes sociales mujeres de todo tipo y condición se posicionan con fotos, gifs, mensajes, perfiles etc, en contra de la violencia machista, del acoso, del mensaje burdo, del chiste grosero; a favor de las manifestaciones en la calle, del empoderamiento, del movimiento me too…pero, siempre me asaltan dos dudas ¿no son mensajes para convencidas y entre convencidas?; y por otro lado, ¿dónde están los hombres?.

     Si un mensaje elaborado por una mujer es difundido por miles de mujeres que ni se cuestionan que hay que posicionarse en contra de un machismo patente y larvado ¿cómo llegamos a los que lo practican? ¿cómo les hacemos ver que son una minoría peligrosa, atávica y despreciable?. Si un puñado de profesionales reivindican la desaparición del techo de cristal a base de trabajar más horas que sus compañeros, estar más disponibles que ellos, viajar con más frecuencia y todo ello con el aliento fresco y un pelo radiante ¿en qué momento y ante quién demostramos nuestra inteligencia, capacidad de estrategia y nuestra brillantez corporativa?.

         Quiero poner aquí de manifiesto dos ejemplos, uno más perceptible que el otro, de los límites de la desigualdad hasta en los países más representativos y dentro de sus más altas esferas. Hablo de EEUU y España.

         He leído hace pocos días el libro autobiográfico de Michelle Obama, Mi Historia, y lo primero que me sigue llamando la atención es que en un país como EEUU obtuvieran antes el derecho al voto los negros que las mujeres y que estuvieran dispuestos a darle la presidencia a un varón negro antes que a Hyllary Clinton; pues bien, además de empatizar con la vida de una mujer de mi generación, M. Obama, donde a veces la diferencia cultural americana-europea parece inexistente dado el grado de coincidencias en nuestras experiencias, me quiero referir a sus páginas en cuanto muestra su asombro en la tribuna de invitados en el primer discurso de la Nación que pronuncia su marido, cuando visualiza en la Cámara de Representantes “un océano de blancura y masculinidad ataviada con traje oscuro”[1], solo una mujer en las filas del Partido Republicano y en total cuatro de cada cinco congresista varones.

         Habían estado dispuestos a darle el poder a un negro, pero era un hombre. Más tarde, después de haber hecho blanco de todo tipo de críticas a la indocumentada de Sarah Palin, eligieron a un fantoche televisivo, engreído y multiteñido que hacía parecer a la anterior una política rutilante. Solo puedo pensar que era un hombre y que son hombres los que toleran en gran medida su misoginia y su zafiedad. En cierta forma, Bill Clinton se convirtió en el Presidente de los negros y Barak Obama en el de los blancos por sus mensajes transversales, convenciendo a los otros, a los de diferentes razas o géneros de que esa diferencia no existía y que todos eran uno e indistintos.

         Mensajes como hace poco tuve la ocasión de leer, no sé si publicado por la Casa Blanca o por Zarzuela, en el que la Reina Letizia toma el té con Melania Trump hablando de los problemas de la infancia, prolongan cansinamente el estereotipo de primera dama/mamá nacional que le otorgan una y otra vez, junto con las obras benéficas, a las esposas de mandatarios. Ignoro a qué dedica su tiempo el marido de Merkel, o el que lo fue de Thatcher, o el mismísimo Felipe de Edimburgo, pero en ningún sitio veremos escrito qué departen con sus homólogos/as de los problemas de la infancia. Sería poco masculino y hasta un poco banal, a ellos se les suponen conversaciones de más altura y lo realmente sorprendente es que profesionales con más o menos prestigio como Letizia puedan caer en una red tan diabética por edulcorada. 

         Por eso, entiendo que el camino hacia la igualdad tan desdibujado a veces no puede ser una construcción exclusiva de las mujeres, necesitamos como necesitaba la derrota del terrorismo la rebelión de los vascos, a los hombres en las cabeceras de las manifestaciones, en las redes sociales, votando a mujeres por su intelecto, por sus cualidades estratégicas, sintiendo vergüenza de un órgano de representación solo de hombres, denunciando los mensajes machistas y no solo éstos, sino los que nos encasillan en determinados roles unidos a la maternidad y los servicios sociales. Debemos, nosotras, incluirlos en nuestra información, en nuestros debates, no ya para convencerlos, que hay muchísimos convencidos, sino para que se posicionen y se hagan visibles, para que una minoría misógina y paleolítica sea consciente de que ya no pertenece al mundo ni al género de lo masculino porque sus propios congéneres los excluyen y los apartan uniéndose y uniendo cada vez más y más a otros hombres a la conquista de la igualdad.

 

Fdo. Carmen Pérez Alfonso.

           Periodista.

 

Notas:

[1] Mi Historia, Michelle Obama, Plaza Janés, pág.384.